sábado, 6 de diciembre de 2008

LLEGO LA NAVIDAD

CANTA PIÑATA

Las posadas tradicionales de México, cuyas raíces son de origen prehispánico, se auxilian de una serie singular de elementos que armoniosamente se conjugan: desde los plásticos y escenográficos -la reproducción del Nacimiento- hasta los musicales –dulces melodías de ingenuidad transparente-; desde los recreativos, como la versión artesanal de la producción de la piñata, hasta los de convivencia humana, la hospitalidad que se concede a quienes “piden posada”.

Estas festividades son una expresión bulliciosa, alegre, de la alegría festiva de un pueblo siempre dispuesto a hacer amigos…

En su libro “Vetusteces”, don Luis González Obregón informa que

“La costumbre de hacer… estas… fiestas… es esencialmente mexicana, pues si existe ahora en alguna provincia de España, será porque allá la importó algún trasnochado indiano o un mexicano expatriado…”.

EL NACIMIENTO

En el ambiente navideño, es imprescindible el Nacimiento, sobre el cual giran las demás expresiones festivas de fin de año. El Nacimiento, de origen cristiano, desde la Conquista, pasando por el virreinato, persistió en el México Independiente, tomando arraigo hasta alcanzar cabal carácter popular en el último tercio del siglo pasado. El 16 de diciembre, en miles de hogares mexicanos se procede a erigir los túmulos que consisten en una especie de altar que se forma con una mesa, sobre la que se disponen algunas cajas o cajones para ir formando una prominencia; se colocan piedras, riscos o cuarzos blancos y los huecos resultantes se llenan con musgo, heno y ramas de cedro. En la parte alta queda el portal de los peregrinos rematado con una estrella o cometa y ángeles de cartón. Dentro del portal aparecen la Virgen, San José y el pesebre, sin faltar la mula y la vaca y algunos corderos y pastores.

El resto del Nacimiento está formado con la variedad más paradójica de motivos: cabañas, casitas, castillos, fuertes militares, ríos, cascadas, lagos con patos, veredas, carreteras, vías férreas y hasta automóviles, ferrocarriles y aviones.

SAN FRANCISCO, INICIADOR DEL NACIMIENTO

San Francisco de Asís (1182-1226) fue el iniciador de los Nacimientos. Su paisano, el pintor Giotto (1226-1337), al crear los murales sobre la vida del fundador de la orden monástica de los franciscanos, representó a Cristo junto al pesebre. Dos siglos más tarde, los primeros franciscanos llegaron a Nueva España.

Es posible que Pedro de Gante, Martín de Valencia, Martín de la Coruña, Motolinia y los demás franciscanos que vinieron a Nueva España adoptaran el Nacimiento no solo en recuerdo de su venerado San Francisco, sino como recurso para la evangelización. No es necesaria una imaginación muy frondosa para suponer que Pedro de Gante, el primer maestro de indios, tanto en la escuela que fundó en Texcoco como en la que poco después organizó en la Ciudad de México, adiestrara a los naturales en la elaboración de las figuras y los detalles escenográficos de los Nacimientos. Casi se podría asegurar que no olvidó la nieve, porque Pedro “de Gante”, Pedro Van der Moere, había nacido en Gante, capital de Flandes, donde las noches de diciembre son blancas, como en general lo son en Europa, pero no en el Belén bíblico ni en México.

EL ARTE POPULAR Y EL NACIMIENTO


En los mercados públicos de México los establecimientos con juguetería y objetos navideños se instalan desde principios del mes de diciembre, pero en el Mercado de Sonora de la Ciudad de México, donde todo el año se pueden comprar hierbas y pollos vivos, la Navidad hace su aparición desde noviembre. Allí concurren los impacientes que inician los preparativos de Nochebuena con un mes de anticipación. En este mercado se puede encontrar todo lo necesario para un Nacimiento ortodoxo, y también los complementos para un gran diorama bíblico y mexicanista como los que montaba anualmente el poeta Carlos Pellicer. En los establecimientos comerciales dedicados a vender plantas medicinales, se ofrece heno, musgo, puentes, portales, corteza de árbol, bellotas… en los que se especializan en loza, las macetas pasan a la trastienda para dar lugar a Reyes Magos, pastores, a toda la fauna de tierra, mar y aire, a Evas y Adanes, a inditas montadas en burro o tamemes cargando todo lo imaginable. Respecto a la flora, no faltan magueyes y nopales, que no crecían ni en Gante, ni en Asís ni en Madrid.

En el Mercado Sonora no se encuentran figuras de madera como las que suelen tallarse en Salamanca, Celaya o Puebla; tampoco figuras de cera modeladas y pintadas primorosamente como las del famoso Luis Hidalgo.

Aquí las artesanías de barro, papel estaño y vidrio soplado son las que han arraigado, porque son tan hermosas como deleznables. Por la facilidad de su producción, toda la familia artesanal puede entregarse a ella. Y para muchos comerciantes de los mercados populares, a principios de noviembre comienza la mudanza de mercancía, pues entonces resulta mejor negocio vender figuras de Nacimiento y adornos para el Árbol de Navidad que fruta y pollos vivos.

En afortunada y expresiva síntesis, la crítica de arte Raquel Tibol, crítica ilustre, nos dice que

“Junto a las tradicionales esferas lisas de vidrio soplado de colores llamativos, aparecen entonces las que transparentan flores geométricas inventadas por algún Le Parce de barriada; la escarcha de papel celofán brinda combinaciones sicodélicas; las puntas de árbol, las castañas y las esferillas adornan con los tonos de moda, pero todo lo que ahí se ofrece, hasta los Santa Claus, tienen un sello mexicano. Los vendedores eventuales llenan las galerías, calles y rincones del Mercado Sonora. Ahí la fiesta se inicia prematuramente. La abigarrada mezcla de caras nativas y motivos religiosos imprime un cierto ambiente de Capilla Abierta, como lo tienen también los mercados populares de Guadalajara, Huejotzingo, Tlalmanalco, Toluca, Texcoco, Tlaxcala, Oaxaca y Juchitán. Y este juego, sagrado para unos, enternecedor para otros, tiene tanto atractivo que hoy no falta ser religioso para sentirse tentado a montar un Nacimiento o adornar un árbol”.

ORIGEN DE LAS POSADAS


La festividad de las Posadas, nombre que se le da en México al novenario de la Navidad, es clásicamente mexicana, ya que en ninguna otra parte del mundo se celebra, con excepción de algunas zonas del norte de Centroamérica hasta donde penetró la influencia de la civilización prehispánica de México.

La particularidad mexicana de estas fiestas tiene su origen en la urgencia de los misioneros españoles del siglo XVI de difundir la doctrina cristiana entre los indígenas, en época en que aquellos desconocían las muchas lenguas y dialectos hablados por las diferentes comunidades diseminadas en la extensión territorial del naciente virreinato de Nueva España. Ante el problema de una comunicación difícil con los indígenas, los evangelizadores acudieron al recurso de objetivar las ideas religiosas que deseaban transmitir, para lo cual contaron con el recurso precioso que les brindaba el teatro místico de la época.

Vicente Riva Palacio, en “México a Través de los Siglos”, señala que

“La conversión al cristianismo de tantos millones de hombres en el nuevo Continente y en tan cortísimo período de tiempo, coincidiendo con la separación de la iglesia católica de poderosas naciones del antiguo continente, es un fenómeno tan singular y tan extraño que quizá nunca volverá a repetirse, pero que bastará por si solo para hacer del siglo XVI el más notable de los períodos de la historia del espíritu humano”.


De la urgencia mencionada habrían de surgir los areitos, voz antillana que significa “bailar cantando”, voz que los españoles conservaron para, en lengua indígena, denominar los cantos religiosos del cristianismo que los nativos cantaban y bailaban a la manera aborigen, y que los propios misioneros enseñaban con fines de evangelización.

Como lo indica el origen de su nombre, este procedimiento de cristianización nació en las Antillas y de allí fue traído a “tierra firme”.

En su origen, una segunda forma de cristianización no fue americana como lo es el areíto, sino europea: los autos sacramentales y coloquios, utilizada quizá desde antes del siglo VI en la mística teatral del Viejo Mundo, y que para el siglo XV había alcanzado gran auge. De tema les servían pasajes del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, la vida de los santos y las numerosas leyendas religiosas medievales que por su natural dramaticidad resultaban apropiadas para la escena.

A este género místico corresponden las Moralidades de los Misterios tan en boga en el Flandes de Felipe el Hermoso y de su hijo Carlos I, de cuya patria más de un misionero vino a México en época en la que se inició la evangelización.

En cuanto a España, hay que recordar que allí también se conmemora el nacimiento del Salvador mediante representaciones teatrales místicas, significándose al respecto al Auto Sacramental de Nuestro Señor Jesucristo, llevado a escena a fines del siglo XV en el Monasterio de Calabazanos.

Entre los indígenas de México, la introducción de los autos sacramentales de Navidad fue doblemente necesaria para la iglesia novohispana, puesto que a la par que utilizaba dichas representaciones para cristianizar a los nativos, ayudaba a desterrar entre ellos la costumbre de celebrar el advenimiento de Huitzilopóchtli, que se conmemoraba mediante ceremonias paganas hacia el solsticio de invierno.

Refiriéndose al origen nativo de las posadas, el Dr. José Avilés Solares dice que:

“Con el objeto de disimular las fiestas paganas, los mexicas celebraron en 1959 las de los diez primeros días de su “mes” Atezoztli, hacia el solsticio de invierno, pretextando, ante los frailes, hallarse conmemorando devotamente el nacimiento del Salvador con un novenario de religiosidad suprema”.


En razón de su afición por las representaciones, para los indígenas resultó fácil aceptar los autos sacramentales, puesto que poseían teatro antes de la llegada de los españoles, según testimonios de Fr. Bernardino de Sahagún y de Francisco Pimentel.

Fueron los franciscanos quienes introdujeron el uso de los autos sacramentales en la evangelización de nuestros indios, pero quizá corresponde a los agustinos la prioridad en los de Navidad, origen de las posadas mexicanas, pues estas alcanzaron auge tal en el Convento de San Agustín de Acolman, que se hizo necesario que su prior, Fr. Diego de Soria solicitara a la Santa Sede el permiso para celebrar anualmente, del 16 al 24 de Diciembre, unas misas de aguinaldo, permiso concedido por el Papa Sixto V en bula expedida en 1587.

Las representaciones agustinianas se llevaban a cabo en el patio del convento, y su uso se generalizó, tanto que de allí hubieron de pasar al atrio de los templos en todo el país; representaciones que persistieron a lo largo de la época colonial.


LA PRIMERA NAVIDAD EN NUEVA ESPAÑA

Hay un documento de Fr. Pedro de Gante quien en carta a Felipe II del 23 de junio de 1557, describe el fervor limpio y vivo de la ceremonia de Natividad de 1523:

“Mas por la gracia de Dios empéceles a conocer y entender sus condiciones y quilates, y cómo me había de haber con ellos, y es que toda su adoración de ellos a sus dioses era cantar y bailar delante de ellos, porque cuando había que sacrificar algunos por alguna cosa, así como para alcanzar la victoria de sus enemigos, o por temporales necesidades, antes de que los matasen, habían de cantar delante del ídolo; y como yo vi esto y de que todos sus cantares eran dedicados a sus dioses. Compuse metros muy solemnes sobre la ley de Dios y de la Fe, y cómo nació de la virgen María, quedando pura y sin mácula; y también díles libreas para pintar en sus mantas para bailar con ellas porque así se usaban entre ellos, conforme a los bailes y a los cantares así se vestían de alegría o de luto o de victoria; y luego, cuando se acercaba la Pascua, hice llamar a todos los convidados de toda la tierra de veinte leguas alrededor de México para que viniesen a la fiesta de la Natividad de Cristo Nuestro Redentor, y así vinieron tantos que no cabían en el patrio (atrio) que es de gran cabida, y cada provincia tenía hecha su tienda donde se recogían los principales, y unos venían de diecisiete y dieciocho leguas, en hamacas, enfermos, y otros de dieciséis, por agua, los cuales solían cantar la misma noche de Natividad: Hoy nació el Redentor del Mundo.

Así que de esta manera vinieron primeramente los indios a la obediencia de la Iglesia, y desde entonces hinchan las iglesias y patios de gente”.


EVOLUCIÓN PROFANA DE LAS POSADAS

La religiosidad novohispana del siglo XVI perdió mucho de su devoción en el siglo XVII, y más aún en el curso del XVIII, al grado que, para entonces, se registró la introducción frecuente de sonecillos profanos del país en la música de las Misas de Aguinaldo y en el de las Posadas, tales como “El Pan de Manteca”, “Garbanzos, Perejiles, Chimisilenes”, “Merolicos”, etc., según lo testimonia la denuncia hecha -1788- ante la Inquisición por un capellán de Oaxaca, quien informa que tal desacato se venía cometiendo “de pocos a esta parte”. La denuncia la reiteró el presbítero José Máximo Paredes al Arzobispado de México, en 1796. Esta referencia fue publicada por Gabriel Saldivar en su “Historia de la Música en México”. Estos sonecillos profanos son, en México, el antecedente del villancico, esa tan peculiar forma musical identificada con la tradición navideña.

Al consumarse en 1810 la Independencia política de México, la vida social del país se activó y, en consecuencia, se volvió costumbre que las Posadas contasen, además del acto netamente religioso que se efectuaba en el templo, de otro semiprofano que se desarrollaba en los hogares, y que operaba como motivo y razón de una reunión de convivencia, acto que año con año fue ganando mayor importancia.


EL RITO DE LA PREPARACIÓN DE LAS POSADAS


De acuerdo con la tradición, el 8 de diciembre las familias amigas se reunían en el templo del barrio, y al salir de Misa elegían el domicilio de una de ellas para reunirse y determinar anticipadamente en casa de qué familia se efectuarían las posadas de ese año y para distribuir, entre los asistentes, la responsabilidad de la organización de cada uno de los actos que se llevarían a cabo durante ocho noches consecutivas. La celebración de la Noche Buena, que además de la posada incluía el Arrullo y la clásica Cena, se costeaba a prorrata entre las familias asistentes.

Los “dueños” de cada posada, que eran una, dos o más familias, se distribuían los gastos de la función religiosa, que se efectuaba en la Hora Santa en el templo vecino. El acto semi-profano se desarrollaba después de salir del templo.


LA MARQUESA CALDERON DE LA BARCA Y LAS POSADAS

En la bibliografía de viajeros distinguidos que visitaron el país durante el siglo XIX, merece sitio especial la obra de Francisca Erskine Inglis, esposa inglesa del embajador español Ángel Calderón de la Barca, quien llega con él en 1839 y permanece entre nosotros hasta1842. Son 54 las cartas que integran esta obra, documentos en que la Marquesa cuenta a su familia todos los detalles de su llegada, permanencia y actividades sociales y diplomáticas en la Ciudad de México. Son cartas deliciosas por íntimas, bien escritas, sin pretensión literaria pero que nos ha conservado una imagen del México que ella vio y una prueba de que los extranjeros que conocen al país, si tienen buena disposición para apreciar nuestras cualidades y tasarlas con nuestros defectos y sacar una conclusión, llegan, como ella, a impregnarse de amor por lo mexicano y gustar aún de las cosas que al principio les repugnaban o no entendían. El libro de la Marquesa Calderón de la Barca, “La Vida en México. Durante una residencia de dos años en ese país”, publicado en inglés simultáneamente en Londres y Boston en 1843, es por ello inapreciable, y grande nuestra deuda con esta exquisita mujer que trata familiarmente a nuestra pintoresca aristocracia de mediados de siglo, visita sus haciendas, nos deja retratos de los funcionarios a quienes conoce y crónicas espléndidas de las fiestas a las que concurre.

Ella conoció, participó y disfrutó las posadas y así las describió:

“Al anochecer fuimos a casa de la Marquesa de Vivanco, para pasar en ella la Nochebuena. Esta noche todos los parientes y amigos íntimos de cada familia se reúnen en casa del “jefe del clan”, una verdadera asamblea, y en el particular de esta casa, constituida por cincuenta o sesenta personas”.

“Esta es la última noche de las llamadas posadas: una curiosa mezcla de devoción y esparcimiento, pero un cuadro muy tierno… Llegamos a la casa de la Marquesa a las ocho, y cerca de las nueve empezó la ceremonia. A cada una de las señoras le fue puesta en la mano una velita encendida, y se organizó una procesión, que recorrió los corredores de la casa cuyas paredes estaban adornadas con siemprevivas y farolitos, y todos los concurrentes cantaban las Letanías. Un ejército de niños, vestidos como ángeles, se unió a la procesión. Sus vestidos eran de lana, en oro o plata, penachos de plumas blancas, profusión de diamantes finos y perlas en bandeaux, broches y collares, alas blancas de gasa y zapatos de raso blanco bordados de oro”.

“La procesión se detuvo por último delante de una puerta, y una lluvia de fuegos de bengala cayó sobre nuestras cabezas, para figurar, me imagino, el descendimiento de los ángeles, pues aparecieron unas jóvenes vestidas de pastores como las que guardaban en la noche sus rebaños en las planicies de Belén. Unas voces, que se suponían de María y José, entonaron un cántico pidiendo posada, porque, decían, la noche era fría y oscura, el viento zumbaba con fuerza y pedían albergue por esa noche. Cantaron los de adentro, negándoles la posada. Otra vez imploraron los de afuera, y al fin hicieron saber que aquella que se encontraba en la puerta, errante en la noche sin tener en donde reposar la cabeza, era la Reina de los Cielos. Al oír este nombre, las puertas se abrieron de par en par, y la Sagrada Familia entró cantando. En el interior se contemplaba una
bellísima escena: un Nacimiento”.


LAS POSADAS Y SUS EPISODIOS

La Posada tradicional se inicia con la clásica procesión encabezada por el Misterio, nombre con que en México se designa al conjunto escultórico formado por San José la Virgen, la mula que a ésta le sirve de cabalgadura, y por el Arcángel Gabriel.

El Misterio es transportado en andas por varios niños, símbolos de la inocencia humana, vestidos de ángeles, a quienes dan escolta otros niños vestidos de pastores, expresión de sencillez.

La procesión, constituida por los asistentes que portan sendas velitas de cera de colores de fabricación especial para esos actos, recorren la casa cantando la letanía en forma antifónica. Concluido el rezo, la concurrencia forma dos grupos: el primero lo integra la familia de la casa y “dueños” de la Posada, esto es, quienes absorben los gastos de esa noche. Estas personas quedaron dentro de la habitación y a ellas, desde el exterior de esa habitación, se les pide posada. En el segundo grupo quedan todos los invitados presididos por El Misterio, y es el que debe pedir posada, lo que se hará mediante las estrofas siguientes, cantadas alternativamente por quienes la piden y por quienes se encuentran en el interior de la habitación:



ESTROFAS PARA PEDIR POSADA
En nombre del cielo
Os pido posada,
Pues no puede andar
Mi esposa amada.

No seas inhumano
Tennos caridad
Que el Dios de los
Cielos te lo premiará.

Venimos rendidos
Desde Nazareth,
Yo soy carpintero
De nombre José.

Posada te pide
Amado casero,
Por sólo una noche
La Reina del Cielo.

Mi esposa es María
Es Reina del Cielo
Y madre va a ser
Del Divino Verbo.

Dios pague señores
Vuestra caridad
Y así os colme el
Cielo de felicidad.

Desde el interior se contesta en la siguiente forma, alternando los versos en forma de diálogo:
Aquí no es mesón
Sigan adelante;
Yo no puedo abrir
No sea algún tunante.

Ya se pueden ir
Y no molestar,
Porque si me enfado
Los voy a apalear.

No me importa el nombre
Déjenme dormir,
Pues que ya le digo
Que no hemos de abrir.

Pues si es una Reina
Quien lo solicita
¿ Cómo es que de noche
Anda tan solita ?
¿ Eres tú José ?
¿ Tu esposa es María ?
Entren, peregrinos,
No los conocía.

Dichosa la casa
Que abriga este día
A la Virgen Pura
¡ La Hermosa María !

Se abre entonces la puerta y se pasa al interior en el que el Misterio debe quedar colocado, al tiempo que ambos grupos humanos se reúnen y cantan las siguientes estrofas:

Entren santos peregrinos
Reciban este rincón,
no de esta pobre morada
sino de mi corazón.

Dichosa la casa
que alberga este día
A la Virgen pura
la Bella María.

Esta noche es de alegría,
de gusto y de regocijo,
porque hospedamos aquí
a la Madre de Dios Hijo.

Todos los concurrentes se hincan, rezan y cantan jaculatorias apropiadas para cada noche de posada.

LA “GRITA DE LA JURIA” (1)

Concluido el rezo, la chiquillería asistente entona la “grita de la juria” por medio de la estrofa siguiente:

Echen confites
Y canelones
pa’ los muchachos
que son muy tragones.

La “juria” consiste en confites y frutas de temporada que el dueño de la posada arroja al aire, en cantidad suficiente para que la chiquillería, que se aglomera ante él, se arroje al piso armando gran algaraza, a recoger atropelladamente las golosinas caídas. La “juria” está destinada especialmente a la chiquillería.

Darío Rubio, en su “Anarquía del Lenguaje de América Española”, explica el origen del mexicanismo vocablo “juria”, diciendo que viene de jura, porque en 1557, al celebrarse en Nueva España la primera jura, la de Felipe II, en México se hicieron fiestas durante las cuales se arrojó dinero al pueblo.

(1) Juria: Acto de arrojar monedas o golosinas u otras cosas a los niños para que estos se aglomeren a recogerlas. Usase principalmente en ocasión de ceremonias religiosas, y más con la frase “hacer, o echar, juria”.

EL NUEVO RORRO

Duerme, duerme niño hermoso,
Duerme tranquilo y sin pena,
Que al pie de tu humilde cuna
Mi leal cariño vela,
A la rorro, niño,
A la rorro, ró,
Duérmete bien mío,
Duérmete mi amor
Y a la luz de la alborada
Aparece en el Oriente,
Y natura entusiasmada
Se muestra alegre y sonriente
A la rorro.
No abras niño, los ojitos,
¡Ay! No los abras por Dios,
Pues verás de mis delitos
La enormidad tan atróz
A la rorro.
Tú eres Niño soberano
Que desde el Empírio vienes,
Por redimir al humano
Y colmarlo de mil bienes.
A la rorro.
Duerme, duerme bello Niño,
De mi amor en el regazo;
No me niegues tu cariño
En cuyo fuego me abrazo.



Concluida la “juria”, la juventud entona el siguiente cántico pidiendo la quiebra de la piñata:

No quiero niquel (1)
ni quiero plata,
yo lo que quiero
es romper la piñata.

(1) Lo del niquel y lo de la plata es alusión al repudio de las monedas de niquel puestas en circulación en 1883 por el gobierno del Presidente Manuel González, en substitución de las de plata que fueron recogidas por la autoridad.

SU MAJESTAD LA PIÑATA

Máxima y popular expresión de regocijo del mexicano, juego familiar de grandes y chicos que mezclan en desbordante algarabía muy especialmente en fiestas navideñas así como también en onomásticos y cumpleaños infantiles, es la Piñata, fabricada a base de una olla de barro, una esfera hueca con un orificio (boca) por donde se le llena de fruta de la época (limas, cañas, cacahuates, jícamas, tejocotes, etc,) y/o dulces. La olla es revestida con varias capas de papel engomado destinadas a darle mayor resistencia al frágil barro de que está hecha, y, finalmente, su exterior es decorado con papeles de colores y caprichosas formas geométricas. En los mercados, especialmente durante las fiestas de Navidad, las piñatas lucen caprichosas figuras pendientes de reatas y oscilando graciosamente, decoradas con fantásticas combinaciones de colorido con los rizados papeles de China y los destellantes reflejos de oropel, en las más variadas formas: payasos, brujas, estrellas, peces, patos, pericos, rábanos, rosas, barcos, etc., a cual más de graciosas y artísticas.

La piñata se cuelga de una cuerda en el centro de un patio, jardín o en un salón. En el juego de romper la piñata campean la agilidad y la astucia, dadas las condiciones y reglas del juego. Suele suceder que en una misma fiesta se rompan más de una piñata, alguna de las cuales puede contener, como sorpresa, confeti, ceniza, agua o listones.

Llega el momento de romper la piñata. La persona que capitanea el juego sostiene en una mano una mascada (pañuelo de seda de dimensión mayor que el pañuelo usual) o pañuelo, y en la otra un garrote y selecciona a un niño o una niña entre la concurrencia. Casi siempre se principia con los más pequeños para brindar a la mayoría la oportunidad de romper la piñata. El candidato a romper la piñata toma el garrote en sus manos y en seguida le vendan los ojos con el pañuelo. Le toman de una mano y lo pasean para desorientarlo. Por fin, en el sitio que menos imagina, el vendado empieza a hacer cálculos de orientación a los gritos, bullas y cantos de la concurrencia, entre los que destaca:

Dale, dale, dale,
no pierdas el tino,
porque si lo pierdes
pierdes el camino.

El vendado tiene el derecho a lanzar hasta tres garrotazos cuando cree haber encontrado el objetivo, pero la reata de que pende la piñata es sostenida en una punta por otra persona, que cuando ve en peligro a la piñata, la levanta y la baja, frustrando así muchos garrotazos que podrían ser certeros.

El juego continúa generalmente hasta que llega el turno a los mayores o hasta que alguno, más astuto, logra asestar un buen golpe a la piñata, que al romperse derrama su contenido entre la concurrencia que, jubilosa, se lanza al piso a tratar de recoger la mayor cantidad del contenido.

Una vez quebrada la piñata, los asistentes entonaban este otro cántico:

Y o’ra (fulano) sal
del rincón
con la canasta de
los cacahuates

Echen confites
Y canelones,
pa’ los muchachos
Que son “re” tragones.

El escritor Germán Andrade, al que alude Rafael Solana, hace las siguientes reflexiones referidas a la piñata:

“La olla, revestida vistosamente, representa a Satanás o al espíritu del mal que con su apariencia atrae a la humanidad; la colación que encierra, los placeres desconocidos que ofrece al hombre para atraerlo a su reino; la persona vendada a la fe, que debe ser ciega y que se encargará de destruir al espíritu maligno; y el conjunto, la lucha que debe sostener el hombre valiéndose de la fe para destruir las malas pasiones”.



LOS BISABUELOS DE LA PIÑATA

Las piñatas aparecieron mucho antes del cristianismo: sus creadores fueron los campesinos del norte de Italia. Según dice Jorge Bribiesca:

“Estos juguetes fueron ideados para añadir un atractivo más a las fiestas de la vendimia. El juego consistía en llenar una ánfora con golosinas y regalos, colocarla en lo alto de una estaca y golpearla para hacer que sus dones cayeran diseminados, para regocijo de los vendimiarios. Estas ánforas-sorpresa fueron llamadas “pignatas”, nombre que se conserva castellanizado”.

Cuando las huestes de Julio César se extendieron por Europa, se encargaron de difundir esta alegre costumbre. Fue España donde encontró mayor acogida y cobró arraigo en sus paganas fiestas de la vendimia. Realizada la Conquista de México, los españoles trajeron a México el juego de la piñata, que también arraigó en una región chilena y en Centroamérica. Fue en México, sin embargo, donde se quedó y echó profundas raíces.

La piñata, primitivamente un ánfora, con el tiempo se le decoró con motivos y colores alegres. Los alfareros mexicanos empezaron a vestirlas con papeles de encendidos colores y a darle formas. Inicialmente, estas formas aludieron a las figuras de los animales que los conquistadores habían traído: vacas, caballos, perros, los cuales motivaban su curiosidad. Poco a poco, en sus creaciones fueron adoptando el papel ligero llamado de China, cuya variedad de colores y bajo precio fueron factores decisivos en el vestido de las ollas de barro.

Si las piñatas se originaron en Italia, en México fue donde adquirieron las características que las definen como objetos preciosos e imprescindibles en un juego alegre, sano y hermoso. También fue en México donde, para prolongar su vida y continuar la fiesta, se utilizó la venda de los ojos y se le colgó de una cuerda en substitución de la estaca original. Al hacer esto se le dio movilidad, se le dotó, por así decirlo, de vida aérea.

En algunos casos, las piñatas actuales han substituído las ollas de barro por recipientes de cartón para evitar los accidentes que pudiesen ocasionar los tepalcates (1) que resultan cuando la olla es rota. En varias partes del mundo, las piñatas fabricadas en México se usan como ornamento vistoso.

(1) Tepalcate. Del azteca “Tepalcatl”. Trasto o fragmento de vasija quebrada; cacharro, trasto inútil.


LA PIÑATA EN LA PSICOLOGÍA DEL MEXICANO

Ataviadas con su vistoso traje de papel de China, las piñatas son un espectáculo fascinante. El arte de hacerlas se ha perfeccionado y representa el triunfo de la habilidad y el espíritu creativo de los artesanos mexicanos.

El Dr. Santiago Ramírez asegura encontrar en la piñata y en su destrucción ciertas expresiones psicológicas del carácter del mexicano: a través de la piñata se manifiesta un indicador de la agresión hacia el hermano menor y hacia la madre embarazada. El rito festivo de la piñata se lleva a cabo en los días que preceden a la Natividad de Jesús. En la letanía y en el rezo se conmemora alegremente el futuro nacimiento del hijo, pero más tarde, el mexicano, en la olla, rompe el vientre de su madre y se apropia de su contenido.

En esta festividad, multitud de símbolos inconscientes se encuentran expresados. Se trata de nueve posadas con sus respectivas piñatas, réplica de la duración, nueve meses, de la gestación. Los niños rompen la piñata, forma social mediante la cual se permite la hostilidad hacia los contenidos internos: el hijo en el vientre de la madre.

Y AHORA LOS JUGUETES

Si la “juria” es para los niños y la piñata para los jóvenes, los juguetes de la posada, figurillas de porcelana provistas de un receptáculo para contener “colación” (mezcla de confites y de cacahuates, piñones y avellanas mondadas) están destinados para obsequiar a las personas mayores, a quienes el dueño de la posada distribuía galantemente.

Concluidos esos tres agasajos típicos de las posadas, se inicia el baile, que se prolongaba hasta media noche, con el cual remataba el festejo.

Al despedirse los invitados, estos cantan:

Muy agradecidos
Ya nos retiramos,
Y al cielo rogamos
Premie vuestra acción.
Quiera el Dios Divino
Que al dejar el suelo,
Disfrutéis del cielo
la hermosa mansión.
El Señor de bondad os proteja
Y de dichas os colme piadosos.
Si esta noche nos dísteis reposo,
Años mil de ventura os dará.
Y en la eterna mansión de los justos
Donde reina de santos, cercado
Un asiento os tendrá preparado,
Que así premia a los buenos jehová.
Ladrones, adiós; con mi esposa
De esta humilde posada me alejo,
Más en ella por pago ya os dejo
De la Madre de Dios la piedad.

En la Noche Buena, que corresponde a la última posada, concluidos los actos reseñados, se esperan las 12 de la noche ara arrullar al Niño Dios, acabado de nacer. Para ello, el dueño de la casa elige a dos personas, hombre y mujer, especialmente esposos, a quienes les entrega el Niño acunado en una mascada para que, tomando el lienzo por sus extremos, lo arrullen.

Los “padrinos”, así son designados los arrulladores, encabezan una nueva procesión cantando:

A la rorro, Niño
a la rorro, ró
duérmete, mi niño,
duérmete mi amor.

Concluido el canto del arrullo, los “compadres” (la pareja de “padrinos”) y los dueños de la casa sede de la Posada depositan al Niño en el Nacimiento, junto al Misterio, para ser “levantado” por ellos el día 2 de febrero siguiente, Fiesta de la Candelaria.

LA NAVIDAD Y SU FLOR

Inseparable de los festejos navideños que tradicionalmente se celebran en México, es la llamada Flor de Navidad o de Nochebuena (“Euphoria pulchérrima”), planta de tierra caliente que se cultivó esmeradamente en los jardines de Nezahualcóyotl y de Moctezuma, llamada entonces “cuetlaxóchitl” (flor que se marchita o flor de cuero –en razón de la consistencia de sus brácteas-).

A la flor de Navidad también se le conoce como Flor de Pascua, Paño de Holanda, Flor de Fuego, Santa Catarina, Flor de Santa Catarina, Catalina y Bandera. También se le llama Poinsetia (en un tiempo se le clasificó en el género Poinsettia) en recuerdo de Robert Poinsett.

La planta florece en noviembre y diciembre. Existe silvestre en los estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas y los indígenas prehispánicos le concedieron varios usos: como galactógeno para aumentar la leche de las nodrizas, costumbre que se conserva; como pegamento, como depilatorio su jugo lechoso, como tintura roja escarlata el líquido que se extrae de sus flores y, en forma de fomentos y cataplasma, para combatir la erisipela y varias enfermedades de la piel.

Parece ser que es originaria de Taxco, donde existió un lugar llamado Cueteaxochitlán. Fue ahí donde los franciscanos, llegados de España, tuvieron la idea, por los días cercanos a la Natividad del Señor, de adornar el pesebre con las hermosas y grandes flores rojas, porque para los indígenas la flor era símbolo de pureza. De esta leyenda, de la Flor de Nochebuena y de su uso en los Nacimientos franciscanos habla Hernando Ruiz de Alarcón, vecino de Taxco y hermano de Juan Ruiz de Alarcón.

Al iniciarse la vida independiente mexicana, en el siglo XIX, llegó a México, como ministro de los Estados Unidos de América, Robert Poinsett (1779-1851). Este vio un Nacimiento en 1823, en Taxco, en el Templo de Santa Prisca, adornado profusamente por unas -para él- extrañas y grandes flores rojas, que le daban aspecto suntuoso: Nochebuenas o Flor de Navidad.

El embajador estadounidense se apresuró a enviar algunas de estas flores y sus semillas a su casa de Charlestonville, , en South Carolina, para que la adornasen en Navidad.

Concluida su misión diplomática, de regreso a su país se admiró de descubrir arbustos de la Flor de Navidad en muchos jardines de su ciudad, en donde se había aclimatado. Entonces resolvió difundir la flor en el sur de los Estados Unidos, y dedicó sus últimos años a la comercialización de este producto ornamental.

Por haber sido Poinsett quien difundió por el mundo la flor mexicana, ésta fue llamada también Poinsettia pulchérrima, y comúnmente en los Estados Unidos se le conoce como “Poinsettia” o “Christmas flower”, más de 200 millones de dólares.

LA SUPERVIVENCIA NAVIDEÑA


Año con año, la rutina de la vida cotidiana de paso a este mexicano episodio navideño de convivencia humana que convoca a la alegría y que obsequia con amistad, y que como marco y decoración cuenta con la exuberante creatividad del artesano.

Hoy, un diferente ritmo de vida, particularmente en las zonas urbanas, amenaza con olvidar los aspectos tradicionales más puros de la festividad. Es ya diferente el mexicano de nuestros días y éste procura otras fórmulas de convivencia. Empero, en ciertas regiones rurales del país y aún en barios de la Ciudad de México, las posadas subsisten, con saludable tenacidad, como vehículo de convivencia y refugio de mexicanidad. El tiempo y los cambios de las estructuras sociales no las han vencido, al mismo tiempo que una oportuna, afortunada y vigorosa política oficial de fomento cultural del Gobierno del Distrito Federal auspicia el rescate, supervivencia y conservación de las tradiciones mexicanas, en cuyo mensaje se retiene, por ventura, el mensaje navideño que en México se viste de nacimientos y de piñatas…